Archivo de enero, 2011

La cabeza de Chiquibum

Posted in Uncategorized on enero 25, 2011 by auebauch

Mienten con maldad los que dicen que la Reina es tonta, que no sabe gobernar, que la manipulan sus allegados, que no se da cuenta de las cosas… En realidad, es pragmática y utilitaria, a todo le encuentra un buen fin, a las cosas y a la gente. Un ejemplo de esto es la triste historia de la cabeza de Chiquibum.

Chiquibum era un ministro «clase turista». Hay tres tipos de ministros: el Primer Ministro (versado en la maquinaria del poder, desde la pieza más fundamental hasta el último pendorcho), los ministros VIP (casi todos, afines al Primer Ministro), y los ministros «clase turista» (inútiles pero simpáticos, suelen ser nombrados como concesión al pueblo).

Como en los mundos virtuales los placeres sensuales dejan cierto regusto a frustración, el Primer Ministro caía en no pocos períodos de languidez, que la Reina, temiendo que la isla se despeñara en el desorden y la anarquía, solía calmar con ofrendas simbólicas: elogios, medallas, cargos a su medida, el poder casi absoluto… hasta llegar a ofrendarle, en una bandeja de plata, la cabeza de Chiquibum.

Esto sorprendió gratamente al Primer Ministro (que sólo había pedido la lengua de Chiquibum), la Reina le regaló la cabeza entera porque sabía que el Primer Ministro combatía su ansiedad coleccionando cráneos. Para adularlo, los grandes del reino le iban regalando cabezas humanas que él disponía meticulosamente en estanterías.

A algunas, las estudiaba, como la de Chiquibum, de la que le interesaban especialmente los complicados mecanismos que conectan la mente y la lengua, porque era precisamente la lengua de Chiquibum lo que, en los últimos tiempos, le había causado intranquilidad y desasosiego.

Cuando terminaba de estudiarlas, las dejaba secar hasta que se convertían en calaveras y, como los dientes expuestos de las calaveras dan la sensación de que la cabeza se está riendo, a veces las acariciaba y decía, por ejemplo, «tengo en mis manos la sonrisa de Chiquibum».

Dos fueron las causas de la caída en desgracia de Chiquibum, las dos aparentemente están relacionadas con su lengua, pero detrás de ambas (ahora sabemos) bombeaba la máquina de su corazón: la primera, cuando reveló que el Primer Ministro y un ministro VIP dejaban entrar delincuentes al reino para divertirse viendo como atormentaban al pueblo (el Primer Ministro temió que la Reina lo defenestrara por tamaña crueldad, pero, afortunadamente para él, a ella apenas le pareció una travesura). En esa oportunidad, Chiquibum se jugó la cabeza por compasión.

La segunda fue algo muy distinto y sucedió así:

Chiquibum había estado enamorado de una extranjera llamada Cocorrosita, a la que esperaba horas y horas, noche tras noche, sentado entre las matas de flores que adornaban el Jardín Japonés Real. Pero Cocorrosita, que al principio se conectaba todos los días, depués empezó a conectarse una vez a la semana; más tarde, una vez al mes; por fin, una vez al año… Hasta que llegó un día en que su ausencia fue permanente. La Reina, que en su pragmatismo tiene la consigna «Cocodrilo que se duerme es cartera», al ver a Chiquibum tan estático e improductivo, quizá comenzó a ver en él más una cartera que un cocodrilo.

Además, cuando Chiquibum entraba en estos trances melancólico-amorosos, su mente perezosa dejaba de controlar su lengua rebelde, y fue uno de esos descuidos lo que le costó la cabeza. La lengua de Chiquibum reveló al pueblo un importante secreto de Estado: la existencia de la colección de cráneos del Primer Ministro. Lo hizo con estas palabras:

«Colecciona cabezas, las deja que se pudran, la carne y la piel se les van cayendo hasta que quedan, limpias, las calaveras. Como los dientes tan expuestos de las calaveras dan la sensación de que éstas se están riendo, suele decir: ‘Poned en mis manos la cabeza de alguien y, con el tiempo, haré de él o de ella un hombre o una mujer feliz’.»

Su cabeza (la de Chiquibum) fue tallada tras juicio sumarísimo; su imagen, retirada de todos los monumentos; su nombre, borrado de todos los registros.

Escasos conocimientos pudo extraer el Primer Ministro de la cabeza de Chiquibum, porque los avatares de los mundos virtuales en esa época no tenían cerebro; si uno miraba por dentro sus huecas cabezas podía ver, apenas, los globos oculares enfocando sus pupilas aquí y allá. Lo que piensa y siente un avatar se encuentra en su alma.

Sí, también los avatares poseemos un centro profundo que es, en realidad, lo más importante de nosotros (tú, que me lees ahora, por ejemplo, eres el alma de un avatar). Allí reside, además de nuestros deseos y sentimientos más auténticos, la voluntad que nos arrastra en pos de nuestro amor dominante. A diferencia de los hombres y mujeres reales, nuestras almas, a veces, se hacen visibles. Son como una nubecilla roja, un humito, que deambula, esperanzado o sufriente, a través de los bosques de este planeta insular.

Pocos quedan, ya, que se acuerden de Chiquibum. Nadie le mandó un IM afectuoso a su alma errante (sólo, sorprendentemente, la Reina le envía a veces mensajes telepáticos, como si hablara consigo misma, desde que una voz la despertó una noche de un sueño profundo con las palabras «Nunca has tenido ni tendrás un súbdito más fiel que Chiquibum»). Los más ancianos hablan vagamente de un bug o fenómeno paravirtual, un eco, una extraña corriente de aire… en el lugar del Jardín Japonés Real en el que pasaba las horas sentado esperando a Cocorrosita. Qizás sea por eso que también dicen que en ese lugar fue enterrado, en secreto, el inocente corazón de Chiquibum.